Una lección que viene desde la educación: aprender a colaborar nos lleva a ser más innovadores y disruptivos.
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“¡Han robado mi idea!” Aúlla el ingeniero López al ver que la competencia saca un producto igual al que viene desarrollando por meses en su laboratorio, a puertas cerradas, bajo siete llaves. “¡Espionaje industrial!” Reclaman sus jefes, en medio de una acalorada reunión de Directorio, donde exigen el retorno de la inmensa inversión que significó tanto tiempo de investigación. Y es que, durante años, el proceso de desarrollo de un producto o servicio implicó trabajar arduamente y en el más absoluto secreto en un prototipo. Expertos y product managers se concentraban en el desarrollo de una idea que luego pasaría por selectos focus groups para, finalmente, fuera lanzada en medio de intriga al público consumidor, bajo costosísimas campañas de marketing. Hoy, el tablero se ha volteado y, en palabras del propio Reid Hoffman, fundador de LinkedIn “Si no estás avergonzado de la primera versión de tu producto, estás lanzándolo muy tarde” (Hoffman, Reid, 2017).
En un entorno cada vez más demandante, cambiante y rápido, un mundo VUCA, el secretismo ya no sirve. Esto se debe a que el futuro está en la colaboración.
Lopez podía haber invertido 10 o 14 meses en desarrollar un producto que la competencia (por coincidencia o hurto) también pudo desarrollar. Pero ¿qué hubiera pasado si hubiéramos conocido los avances desde el primer momento? ¿Quién hubiera sido el pionero? ¿Quién se hubiera nutrido del feedback de su campo de expertisse? El desarrollo de productos y servicios ya no es un proceso mecánico sino uno enfocado en la innovación y la colaboración.
La innovación es un motor para los nuevos procesos laborales y se basa en la necesidad de trabajar colaborativamente.
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